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MICENAS (2.500 - 1.200 a. C.

)
La gran ciudad de los griegos de la edad del bronce
Las leyendas sirven siempre para adornar la Historia, para rellenar los huecos que el ser humano no
puede explicar, o para controlar las mentes débiles y temerosas bajo el yugo del miedo.

Según la leyenda -y los escritos de Pausanias– fue Perseo quién la fundó, semidiós hijo de Zeus
y de la mortal Dánae. Concebido por la lluvia de oro que lanzó el dios de dioses de la mitología
griega sobre la torre donde Acrisio había encerado a su hija, Perseo alzó la ciudad con la ayuda
de los cíclopes, cuya fuerza permitió fortificar las murallas de la ciudad con gigantescos
bloques de piedra. Por esta razón se denominan ciclópeas.
Fueron tribus de aqueos los que llegaron a territorio de la actual Grecia en torno al 2200 a. C.
Asentándose en el Peloponeso alrededor del año 1600 a. C. Muchos investigadores los
denominan como «el primer pueblo griego» ya que su lengua era una especie de griego
primitivo (sistema de escritura conocido como lineal B), y entre sus creencias estaba el culto a
deidades como Zeus, Hera, Poseidon, Hermes, Atenea o Dioniso.
convertidos en una civilización, los micenicOs entendieron su área de control por gran parte
de la Grecia actual (Peloponeso, Ática, Beocia, parte de las islas Cicladas) hasta que
aproximadamente en el 1200 a.C. su poder menguó y el empuje de los dorios y de pueblos del
mar, un siglo después, hizo que se diluyeran en la historia.
Las ciudades micénicas se caracterizaban por aprovechar zonas elevadas donde fuera más
fácil defenderse de posibles agresiones. Rodeando el perímetro se elevaba una línea de altas y
gruesas murallas a base de bloques de piedra tallados, concepto que vemos no solo en
Micenas si no en la cercana Tirinto. Fortificada como un castillo medieval, pero 2.500 años
antes de que los ingenios militares permitieran construir sistemas defensivos como los del
Medioevo, Micenas tenía murallas de hasta 13 metros de alto y 7 metros de grosor, con un
perímetro de forma de triángulo isósceles y 25.000 metros cuadrados que envolvían la colina
donde se asentaba la acrópolis.
La ciudadela era la residencia del rey de Micenas (llamado wanax) y su cohorte de guardia
personal y nobles. En el extramuros vivían los campesinos, que en caso de ataque o asedio
entraban en la ciudad resguardados por las sólidas murallas.
Gracias a Homero conocemos parte de sus logros bélicos en la Iliada y la Odisea. A pesar de sr
un pueblo eminentemente guerrero, su élite apreciaba las artes. Contemporáneos de la
Civilización Minoica de Creta, una vez que esta colapso, se hicieron con su territorio de
influencia, adoptando eso si parte de su amor por las artes.
ÇIRCULO DE TUMBAS B
al oeste del recinto amurallado.
Ambas monumentales, denominadas
Tolos de Clitemnestra (esposa de
Agamenón) y Tolos de Egisto (amante
de Clitemnestra que según Homero
urdió un plan para matar a Agamenon),
ambas nombradas así por una
connotación romántica, ya que no hay
indicios históricos que lo atestigüen.
se hallaron destacados ajuares
funerarios compuestos de material
bélico (lanzas y espadas con
empuñaduras de oro y marfil),
cerámica, ofrendas de pequeños
animales y objetos de ornamentación.
Se piensa que pudieron pertenecer a los wanax (soberanos) de Micenas, marcados con estelas
que podrían indicar la pertenencia de una misma familia durante los cien años que se usaron
como lugar de enterramiento. Uno de los cuerpos era de una mujer cuyo vestido portaba
incrustaciones de oro y plata y un ajuar rico en joyas, collares, pendientes y diademas.

Palacio de Agamenón – Megaron

el Tholos funerario denominado Tesoro de Atreo. Edificaciones como estas servían para la sepultura
de personajes importantes y seguían un patrón de planta circular abovedada. El Tesoro de Atreo no
es el único hallado ya que se identificaron seis tholos más, en los que si se encontraron sepulturas
con su ajuar funerario
EPIDAURO

EL DÍA A DÍA EN ATENAS


Los atenienses sentina ilimitado orgullo por el poder y el brillo de su ciudad, cuyo dominio
sobre el mundo griego se había encarnado en la nueva Acrópolis, auspiciada por Pericles.
No todos los habitantes de Atenas tenían los mismos derechos:
• Metecos, extranjeros (la mayoría, griegos de otras ciudades) con carta de residencia,
que se dedicaban al comercio o la industria, así como esclavos públicos y privados que
realizaban los más diversos trabajos.
• Por encima estaban los ciudadanos, los únicos que recibían el nombre de atenienses y
los únicos que disfrutaban de derechos políticos y jurídicos, como poseer tierras,
actuar en los tribunales, ostentar cargos públicos y casarse con una mujer de Atenas.
Ellos eran los sujetos de derechos y obligaciones en la democracia ateniense, la cual
dejaba claramente de lado a mujeres, extranjeros y esclavos.

En Atenas, bajo el régimen democrático, todos los hombres, sin distinción de clase o fortuna,
hijos de padre ateniense y mayores de edad, eran ciudadanos; en 451 a.C. Pericles restringió el
derecho de ciudadanía a los hijos de padre y madre atenienses.
Los barrios residenciales eran sombríos e insalubres y las calles estrechas y tortuosas. Las
viviendas no eran cómodas ni amplias y tenían escaso mobiliario: arcones para guardar la
ropa, cofres para las joyas y el dinero, mesas, sillas y divanes.
La vida cotidiana de los ciudadanos de Atenas estaba marcada por costumbres muy
arraigadas en la mentalidad tradicional, en los mitos y en la religión.
HIJOS
El varón tenía que reconocer a los hijos y podía abandonar al recién nacido a su suerte si lo
consideraba oportuno. Esto afectaba principalmente a las niñas, a los niños con alguna tara de
nacimiento y a los hijos bastardos (producto de relaciones de ciudadanos con esclavas y
concubinas). El niño rechazado era recogido por otros atenienses que, por regla general, lo
destinaban a la servidumbre.
Las niñas
Éstas pasaban su infancia bajo una severa y atenta vigilancia, encerradas en el interior de la
casa, con el objeto de preservar su virginidad. Una muchacha que perdiera esta condición
tenía cerrado el camino al matrimonio y, de hecho, en las leyes de Solón se establecía que un
padre podía vender a una hija que quedase deshonrada. No aprendían más que a tejer y a
cocinar, pues su educación se dirigía principalmente a modelar el carácter de modo que fuesen
modestas y recatadas.
LA EDUCACIÓN Y EL GIMNASIO
Los niños, por su parte, iban a la escuela desde los siete años, acompañados por un fiel esclavo
de la casa, el pedagogo («el que lleva al niño»), que debía proteger y ayudar a su pupilo.
Asistían a clase en grupos de la misma edad, tras recorrer al amanecer las calles en buen
orden, sin importar el tiempo que hiciera. Desde los doce años frecuentaban los gimnasios
para ejercitar sus cuerpos a las órdenes del pedotriba. La palabra «gimnasio» deriva de
gymnós, «desnudo», ya que así se realizaba el ejercicio físico. La propia ciudad los construía
con la finalidad de que los jóvenes pudieran mantenerse en forma y estuviesen preparados
para tiempos de guerra. Esclavos y extranjeros tenían prohibida la entrada.

En los gimnasios, aprovechando la desnudez de los cuerpos, tenían lugar los primeros
acercamientos entre hombres adultos y muchachitos. Cierta clase de pederastia, considerada
parte de la educación aristocrática, era practicada entre las clases elevadas de Atenas, como
una costumbre antigua que ponía al joven bajo la tutela de un hombre. También estaba
favorecida por la separación entre sexos y por la escasa consideración de la mujer. Los
pedagogos acompañaban a los niños al gimnasio y recibían de forma especial el encargo de
protegerlos del acoso de los adultos. Los hijos de los pobres salían pronto de la escuela para
ayudar en el trabajo de sus padres, mientras que la educación de los hijos de los ricos
empezaba antes y terminaba más tarde.

Frente a la educación del varón, la verdadera escuela


de las niñas era el matrimonio. En cuanto cumplían 14
o 15 años llegaba el momento de casarse, aunque, por
lo general, se habían comprometido años antes. El
padre concertaba el matrimonio con un hombre
soltero de Atenas, que rondara la treintena, a quien
debía entregarle una dote. Para evitar esta carga
económica no se solía criar más de una hija; por eso el
abandono de niñas fue más frecuente. La dote siempre
era propiedad de la mujer, aunque el marido la
administraba, y se la restituía a aquella en caso de
divorcio.
A los 16 la mayoría de las atenienses ya eran madres.
El marido actuaba como protector de su mujer, cuyo ámbito de vida se limitaba al ámbito
doméstico. Dentro de la casa la mujer quedaba confinada a una parte retirada llamada
gineceo, lejos de la calle o de las zonas comunes. Si la casa contaba con dos pisos, el de arriba
se reservaba para las habitaciones de las mujeres. A mayor nivel económico las mujeres
estaban más encerradas en sus casas, ya que los esclavos podían realizar todas las tareas
necesarias fuera, como ir a comprar o acudir a la fuente por agua. La mujer era la responsable
de organizar el funcionamiento de la casa, la crianza de los hijos y las faenas propiamente
femeninas de hilar y tejer. También era
competencia suya controlar a los esclavos
domésticos, a los que atendía si caían
enfermos.

a los maridos se les permitiera tener


relaciones con esclavas, concubinas y
cortesanas.
Por lo que parece, el adulterio fue común en
Atenas, y ello a pesar de los riesgos que
comportaba, pues las mujeres adúlteras eran
repudiadas y quedaban excluidas de las
ceremonias religiosas (no podían entrar en
templos y santuarios), mientras que los
seductores pagaban fuertes compensaciones
económicas y la ley incluso permitía a los
maridos matarlos si eran descubiertos in flagranti delicto.

El divorcio, por lo demás, se obtenía fácilmente, tanto de mutuo acuerdo como por iniciativa
de uno de los cónyuges. Cuando se producía un divorcio, la mujer gozaba de total libertad
para contraer un nuevo enlace, ya que los hijos siempre quedaban a cargo del padre. En
ocasiones era incluso el marido quien se encargaba de casar de nuevo a su esposa, como
sabemos que hizo Pericles cuando abandonó a su mujer legítima y se fue a vivir con Aspasia.
El ágora, además de la plaza del mercado, era también el centro político de la ciudad, ya que se
hallaban allí los edificios públicos. Estaba especialmente concurrida a media mañana. A los
lados había paseos porticados que protegían del sol o de la lluvia y que los ciudadanos
frecuentaban para pasear, negociar o simplemente pasar el tiempo.
Tras la cena llegaba la hora del symposion, la «bebida en común». El simposio o banquete era
una costumbre aristocrática, ligada a la forma de vida de la nobleza.
La hetera –que en griego significa literalmente «compañera»– era una prostituta de cierto
nivel, educada para agradar y entretener a los hombres con su belleza y su culta conversación.
Las heteras eran las únicas que podían alcanzar la educación que se les negaba a las mujeres
libres y, si lograban la libertad, llegaban incluso a acumular y manejar riquezas. La función que
cumplía cada clase de mujeres en Atenas estaba clara, como se lee en un discurso atribuido a
Demóstenes: «Tenemos heteras para el placer, concubinas para el servicio diario, pero
esposas que nos den hijos legítimos y velen fielmente en el interior de la casa».

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